jueves, 22 de julio de 2010

BOTELLAS QUE QUIEBRAN LA QUIETUD

Un ejercicio que nos mandaron hacer en el primer taller de narrativa que curso. Salio algo que se presta a ser publicado:

Esa noche, la luna nos hizo un guiño para que brillemos. Seríamos la fuerza de los desposeídos y el grito de los acallados. Dirán que lo nuestro es absurdo pero fuimos una basura en el ojo de la desidia, con sabor a venganza de ideología vencida. Todo fue programado en el bar, cuando miles de vasos chocaron, las pupilas se dilataron y la bilis no hizo a tiempo de escapar. Vamos el Mono, el Fetro, el Checha y yo quebrandole las piernas al silencio. Unos piedrazos y unos palazos. Los vidrios de las vidrieras brillan al caer en la oscuridad. Unos ojos se estremecen de asombro y otros, llenos de miedo, fugan detras del craneo. Los tachos de la ciudad van cayendo ante patadas de odio. Los cuatro somos programadores del universo. El tiempo es eterno. Por un segundo, miro alrededor: el Mono rompía la nariz del consumismo y le robaba un poco de su veneno, el Fetro era una bala que destrozaba todo a su paso, y el Checha sacaba a relucir su piromanía ante cualquier elemento combustible. Unas miradas complices bastan para decidir que ya es la hora del gran remate. Los cuatro jinetes del apocalipsis corremos por una avenida de Mayo temblorosa junto a los gritos de las alarmas. Los palos van quebrando espejos retrovisores a su paso (todos ellos tambien tienen la culpa). La torre de la plaza nos levanta el pulgar, y el rosa se vuelve negro, cuando unas lenguas luminosas, que sacaron nuestras botellas, lo abrazan. Ya estamos satisfechos. Pero, algo no cuadra. Nos volteamos y vemos muchas mas piedras volando. Los caidos nos unimos; no estamos solos. Mas de cien miradas llenas de euforia nos acompañan y tajan al conformismo. De repente, las sirenas de la moral suenan y las botas golpean el asfalto. Salimos corriendo como saetas. Pero, uno se planta firme enfrentando solo con su quietud. Yo lo veo y me paro junto a él, el Fetro me acompaña, tambien el Checha y el Mono. Y luego, todos los demas. Desde lejos, se ve un mar partido en dos.
-¡Ey! ¿Qué te pasa, boludo? Te estoy hablando- me dice el Checha.
Mi botella vacia se parte en el asfalto.
-Sí, disculpa-.

Imagen: pintura de Jackson Pollock